Las mujeres más hermosas del mundo no son las que desfilan en trajes de baño y vestidos de noche delante de jueces y cámaras de televisión. Las verdaderas finalistas y las ganadoras son aquellas que tienen el brillo interno de la gracia y el perdón.
No hay belleza física que se pueda comparar con la dignidad espiritual o el atractivo de una mujer llena de paz, es una persona serena porque su confianza y su seguridad están en la paz que reflejan, es una persona con dignidad porque su valor y sentido se hallan en algo más que lo superficial.
Esa mujer, reflejará una clase de belleza interior que hace mucho más que llamar la atención a si misma, es una belleza que es mucho más importante que cualquier cosa trivial.
La verdadera belleza de la mujer no es corruptible, porque no depende de lo físico, si no que es la belleza de una forma de ser que reúne la quietud, la humildad, la ternura y la serenidad.
Las mujeres del mundo son alabadas por su belleza física, por su vivacidad y por su audacia, pero las mujeres de Dios tienen un molde distinto, la belleza física de una mujer es temporal, y su deterioro le producirá amargura, en cambio, el adorno de un espíritu manso, dulce y sereno, no es una moneda perecible, no se gastará por el uso, ni está sujeta a los valores del mercado, no deja marcas en el alma ni heridas en quienes la rodean.
Esta es la verdadera belleza, la belleza que es de grande estima delante de Dios.
"Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.
Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos". 1 Pedro 3:3-5.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario