viernes, 25 de mayo de 2018

TU CONOCES TODO DE MI

Regresando a mi “mundo”, esta mañana de domingo abracé la Biblia en mi cuarto; la levanté con mis brazos, mientras oraba y mi corazón gemía de arrepentimiento y desolación. Hacía un tiempo demasiado significativo que ni siquiera la tocaba. Ahora, las pulsaciones de mi corazón y mi tristeza me dicen que necesito un abrazo, un abrazo de hijo pródigo, de ángeles que cuidan a sus hijos, quizás el abrazo redentor del Señor para David, después que hundido en el dolor de las consecuencias de su pecado, se humillaba y lloraba hasta lo sumo. Yo quiero ese abrazo de consuelo que solo Dios puede darme. Necesito las aguas de reposo y los pastizales que predica mi pastor. Mi alma turbada y confundida, necesita el fin de mi dolor de años y la luz que añora mi vida no es la de un hogar, ni siquiera la del sol, es la transparente y tranquila paz del Señor. David está regresando al Señor, se está acordando de los tiempos de Goliat, de sus victorias y de sus grandes bendiciones del pasado. Pero esta vez ruega desde lo más profundo de su corazón la misericordia de ese Dios que lo hizo Rey
y que lo bendijo cuando era un simple e insignificante pastor de ovejas. Descubro lo importante que es la humildad en las cosas del Señor cuando un sufrido preso, que es cristiano, me llena de esperanzas en sus cartas, pero cientos de personas a mí alrededor no lo pueden ni quieren hacer. El Señor es bueno, Él se acuerda de un David lleno de errores y de dolor. Aunque las consecuencias del pecado son una sombra en su frente, lo pone en lo alto nuevamente y le sana el corazón. Dios, acuérdate de cuando vencimos a Goliat, de cuando pastábamos ovejas o tirábamos en vano las redes y tú nos escogiste. No te acuerdes de nuestras iniquidades ni de nuestras transgresiones, échalas en el fondo de la mar. No permitas que nos hundamos en el agua cuando caminamos hacia ti y sácanos del camino perverso para que no te neguemos nunca más. Si estamos llenos de rebeliones, como tu pueblo en el desierto, ten misericordia de nosotros para aceptar nuestro grave error y confesar nuestro pecado; queremos aprender la lección del alfarero, porque sólo tus manos pueden rectificar y manifestar nuestros destinos. No importa que tengamos el lloro de Pedro
ni la aflicción de Pablo, danos la bendición que le sembraste postreramente en sus corazones; danos el abrazo que le diste a David cuando se humilló ante ti, para sanados nuestros corazones, poder entregarlo también a otros. Regálanos el milagro de ser tocados por tu mano, nuevamente. “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, Y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender”. Salmo 139:1-6


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